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Durante más de dos años, Otoniel López Cortez llegaba al centro de jornaleros de Westlake a esperar por algún trabajo como pintor de casas. Había semanas en que ganaba unos cuantos cientos de dólares, lo suficiente para pagar el alquiler, sus cuentas y enviar algún dinero a su familia en Guatemala.

Pero después de cuatro meses en los que sólo ha tenido un día de trabajo, López tomó la decisión de regresar a su tierra natal.

"No quiero regresar, pero es que no hay trabajo", dijo López, de 18 años. "Es mejor estar con la familia, aunque no tengamos mucho".

La tasa de desempleo de California alcanzó 7.3% el mes pasado, en comparación con el 5.4% del mes de julio anterior. La cifra de empleos en la construcción cayó a 84,000 menos que el año anterior, según el Departamento de Desarrollo de Empleo del estado.

"Muchos trabajadores de la construcción desempleados, inclusive ciudadanos y residentes legales, acuden a los centros de trabajos temporales, creando así una mayor competencia por los empleos con los jornaleros", dijo Abel Valenzuela, un profesor de UCLA que ha investigado el tema de los jornaleros por todo el país.

También hay menos empleos disponibles para los jornaleros, puesto que los californianos disponen de menos ingresos para mudarse, remodelar, pintar y hacer jardinería.

Es más, dijo Valenzuela, hay anécdotas que prueban que sólo entre el 10% y el 15% de los trabajadores consiguen trabajo todos los días, por debajo del 40% de hace unos pocos años.

El último día en que López tuvo trabajo, había 58 trabajadores en el centro para jornaleros de Westlake, cerca de Home Depot en el vecindario de Pico-Union. Sólo 11 de ellos consiguieron trabajo ese día. Al mediodía, aún había docenas de hombres esperando y matando el tiempo jugando dominó, viendo televisión y practicando inglés con un maestro.

"Las cosas están duras", dando pie a que los jornaleros empiecen a pensar en buscar alternativas, dijo Valenzuela. "Una de ellas, claro está, es dejar los Estados Unidos y regresar".

La economía, además de la aplicación más estricta de la ley en la frontera, pudiera también desalentarlos a venir a Estados Unidos. Las detenciones en la frontera sur este año cayeron un 17% por debajo de las del año pasado, de acuerdo con la Patrulla de Fronteras de EEUU.

López dice que vino a este país en el 2006 por la misma razón que la mayoría de los inmigrantes ilegales: para vivir mejor y para enviarle dinero a su familia. También quería alejarse de la vida pandilleril que consumió gran parte de su juventud. Vino a Los Ángeles, donde comenzó a asistir a una iglesia, a estudiar inglés, y a hacer amigos entre otros trabajadores inmigrantes del centro para jornaleros.

Tras decidir marcharse, pidió ayuda al Consulado de Guatemala, donde le dieron un boleto de autobús para regresar a su país. Vació el cuarto que alquilaba por $250 y empacó su ropa, su Biblia, sus cuadernos de inglés, y su trofeo de fútbol. Llamó a su mamá, que había estado enferma y quería que él regresara.

El 22 de agosto, el centro de contratación, operado por el Centro de Recursos Centroamericanos, celebró un almuerzo de despedida para López, con ceviche, arroz y pastel. Los otros trabajadores aplaudieron a López cuando el director, Jerónimo Salguero, lo abrazó y le presentó un certificado honrándolo por su trabajo y tiempo en el centro.

Salguero dijo que la partida de López era triste pero no sorprendente. Dada la opción entre sufrir en el país propio o en otro, dijo él, es preferible comer frijoles y estar con la familia.

El domingo pasado, López tomó un autobús con destino a Guatemala. Le tardaría cuatro días llegar.

La decisión de marcharse no es fácil. La mayoría de los inmigrantes indocumentados pagan miles de dólares y se arriesgan a pasar peligros en su viaje para llegar a EEUU.

Tomado de Hoyinternet.com

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